Acabo de ver (¡de aguantar, de soportar, de sufrir!) los primeros treinta minutos de la película Garage Olimpo, sobre las carnicerías cometidas durante la ¿última? dictadura en argentina. Ya no quiero escribir el nombre de mi país en mayúsculas. Tampoco la palabra humanidad. Ni hablar de esa basura de dios que, aunque tenga la válida excusa de no existir, quedará por siempre minúsculo en mis textos. Quizás una de las pocas palabras que se salvan por descarte, impotencia y auténtico asco, sea Suicidio. Y lo más irónico es que aquellos que viendo esa película no sienten ese asco ni esa impotencia, son justamente los que deberían suicidarse; tal vez así, muy de a poco, podríamos ir devolviéndole las mayúsculas a algunas de las palabras arriba citadas. Pero sobra decir que eso no va a ocurrir, NUNCA (esa es otra palabra que, lamentablemente, hoy se ganó todas mis mayúsculas).
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